Llevamos 60 años conviviendo con el modelo de agricultura industrial. El discurso que ha justificado su desarrollo ha estado siempre muy ligado a este supuesto objetivo:
“Producir suficiente cantidad de alimentos para eliminar el hambre en el mundo”.
Sin embargo, los hechos muestran que este modelo agro-industrial ha generado aún más hambre y pobreza en el mundo mientras un puñado de empresas se enriquecen a costa de:
- Envenenar la tierra, sus acuíferos y ríos, con el uso continuado y desorbitado de pesticidas y fertilizantes químicos peligrosos.
- Disminuir dramáticamente la gran biodiversidad de flora y fauna del planeta.
- Obstaculizar el modelo de agricultura familiar basada en el cultivo de pequeñas parcelas promoviendo la pérdida de su sabiduría milenaria, ligada al buen trato a la tierra.
- Impulsar la migración de estas mismas familias a los suburbios de grandes ciudades con trabajos desligados del contacto con la tierra y la naturaleza.
- Monopolizar e intentar privatizar el dominio de las semillas a nivel mundial, cuando en la agricultura familiar las semillas se las proporciona la misma familia.
- Generar un comercio de semillas transgénicas, pesticidas y fertilizantes químicos que producen enfermedades en el ser humano y animales que las consumen.
- Propiciar un modelo de venta de los alimentos unido a la utilización de envases de plástico, que favorecen únicamente a la industria petrolera, las grandes empresas y cadenas de distribución masivas.
- Crear gracias a ese modelo una gran cantidad de basura que termina en los ríos y mares empeorando aún más la situación de estas reservas de la naturaleza.
- Desperdiciar muchísima energía produciendo alimentos que no se van a consumir y acaban tirándose a la basura en las casas o en las trastiendas de los supermercados.
En definitiva, la agricultura industrial en general, y las empresas agroquímicas en particular, generan un sin fin de daños ecológicos, sociales y culturales. De hecho, hoy en día, son 6 las empresas que tienen el poder de dominar el 63% de la semillas del mundo y el 100% de los productos agroquímicos asociados a los cultivos: Monsanto, Syngenta, Du Pont, Dow, Bayer y Basf.
Éstas empresas están, además, aliándose para volverse aún más grandes y temerarias, como nos muestra el reciente matrimonio entre Bayer y Monsanto, o el de ChemChina con Syngenta.
Y aún veremos más alianzas empresariales de este tipo de multinacionales dirigidas a crear compañías monopolísticas con capacidad de seguir comprando gobiernos, científicos, médicos, periodistas, blogueros, y, por desgracia, también a algunos agricultores.
Lo único que me alegra de toda esta tragedia es sentir la fuerza de lo pequeño.
Sentir que aún somos libres para decidir no participar en este delirio destructor.
Por fortuna, aún tenemos la opción de decidir si los alimentos que vamos a consumir son alimentos que financian la política de estas macro-corporaciones o si son alimentos que provienen de otro modelo de gestión más local, mucho más auténtico y respetuoso con la tierra y las relaciones que se dan en ella.
Creo firmemente que podemos vivir apoyando la VIDA, y hacerlo con alegría y tesón. Hay miles de cosas que están a nuestro alcance y que podemos activar desde ya, en cualquier momento y en cualquier lugar. ¿Qué podemos hacer?
Lo que podemos hacer con la bolsa de la compra:
- Consumir productos ecológicos y/o provenientes de la agricultura local y familiar. Se puede encontrar buena relación calidad precio en los mercados, grupos de consumo o en webs de internet que se dedican a repartir cestas de producto local y orgánico.
- Evitar comprar productos envasados, pues no hace falta generar tanta basura para alimentarnos.
- Si hacemos alguna compra en un supermercado nos fijaremos en los ingredientes y origen de los productos buscando los sellos que garantizan que el producto sea de comercio justo, que tenga denominación de origen, o que sea de tu tierra.
- Atención, porque las etiquetas dejan mucho que desear. Algunas son incompletas y engañosas adrede y las grandes empresas (y algunas pequeñas) omiten mucha información (origen, uso de transgénicos, etc). Por eso, en caso de duda, no comprar ese producto y ya está.
- Disminuir el consumo de frutas y verduras que realizan miles de kilómetros para llegar a nuestras manos en cualquier momento del año y aumentar el consumo de productos frescos de temporada de producción local.
Lo que podemos hacer en nuestra casa o jardín:
- Germinar, cultivar o plantar todo lo posible en tu balcón, en la repisa de la ventana o en tu jardín: flores para las abejas, hortalizas y verduras, plantas medicinales…Rodéate de vida!
- Utilizar semillas ecológicas de producción local o de cercanía en las macetas y huertos.
- Unirnos a huertos colectivos urbanos o peri-urbanos.
- Fertilizar la tierra y prevenirla de plagas utilizando métodos caseros y orgánicos.
- Contaminar la tierra nunca es una opción inteligente.
Quiero aprovechar este artículo para compartiros algunos sentimientos íntimos.
Cuando salgo a comprar con mi bolsa de la compra en mano me siento poderosa. Se que puedo mejorar el mundo que me rodea, aplicando unos criterios éticos en mi forma de comprar.
Cuando tengo una azada en la mano aún es mejor la sensación, porque siento la libertad de producir mis alimentos de forma orgánica y de restablecer el contacto con nuestra madre Tierra.
Como veis, cualquier pequeño gesto en nuestra tarea de comprar alimentos o de sembrarlos realizado de forma responsable y respetuosa con el medio, es un gran paso para caminar hacia un mundo mejor.
La soberanía alimentaria es un derecho básico de todo el mundo, que es necesario defender y proteger.
¿Te apuntas?
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